Capítulos del Ester
El sueño de Mardoqueo
11 1El año segundo del reinado del emperador Artajerjes, el día uno de abril, tuvo un sueño Mardoqueo, hijo de Yaír, descendiente de Semeí, y de Quis, benjaminita, 2un judío que vivía en la ciudad de Susa, funcionario de la corte, 3uno de los deportados que Nabucodonosor, rey de Babilonia, había llevado cautivos desde Jerusalén con Jeconías, rey de Judá.
4Soñó lo siguiente: gritos y estruendo, truenos, un terremoto, tumulto en la tierra. 5Luego aparecieron dos grandes dragones dispuestos al combate; lanzaron un rugido, 6y al oírlo, todas las naciones se armaron para atacar a la raza de los justos.
7El día quedó oscuro y sombrío. ¡Día de tribulación y angustia, calamidades y tumultos! 8Toda la raza de los justos se asustó, temiendo la ruina, y se dispusieron a morir; pero gritaron al Señor, 9y en respuesta a su clamor, un río enorme y caudaloso surgió como de una fuentecilla; 10apareció una luz y salió el sol; los oprimidos se levantaron y devoraron a los grandes.
11Cuando Mardoqueo despertó, se le había grabado profundamente aquel sueño, en el que había visto los planes de Dios, y estuvo dándole vueltas hasta la noche, intentando descifrarlo.
El banquete del rey Asuero
1 1Era en tiempo del rey Asuero, cuyo imperio abarcaba ciento veintisiete provincias, desde la India hasta Nubia.
2El año tercero de su reinado, el rey, que residía en la fortaleza de Susa, 3ofreció un banquete a todos los generales y oficialidad del ejército persa y medo, a la nobleza de palacio y a los gobernadores de las provincias, 4para hacer alarde durante muchos días, ciento ochenta días, de las riquezas y el esplendor de su reino, de su extraordinaria gloria y su grandeza.
5Pasados aquellos días, el rey ofreció un banquete de siete días a toda la población de la fortaleza de Susa, chicos y grandes, en la explanada de los jardines del palacio. 6Había finas cortinas de lino blanco y púrpura violeta, sujetas a unas anillas de plata, que pendían de columnas de mármol blanco, –sujetas a unas anillas de plata– sobre el pavimento de mosaico, hecho de malaquita, mármol blanco y nácar. 7Había copas de oro para la bebida, todas distintas, y vino abundante, ofrecido por el rey con espléndida generosidad. 8La norma para beber era que nadie obligase a nadie; el rey había ordenado a todos los sirvientes de palacio que respetaran los deseos de cada uno.
9Por su parte, la reina Vasti ofreció un banquete a las mujeres del palacio real de Asuero.
10El séptimo día, cuando el rey estaba alegre por el vino, ordenó a Maumán, Bazata, Jarbona, Bagatá, Abgatá, Zetar y Carcás, los siete eunucos que estaban al servicio personal del rey Asuero, 11que le trajeran a la reina Vasti con su corona real, para que los generales y el pueblo admirasen su belleza, porque era muy hermosa. 12Pero cuando los eunucos le transmitieron la orden del rey, la reina Vasti no quiso ir. El rey tuvo un acceso de ira y se enfureció; 13luego consultó a los letrados –porque los asuntos del rey se solían consultar a los expertos en derecho–; 14mandó que se presentaran Carsená, Setar, Admatá, Tarsis, Mares, Marsana y Memucán, los siete grandes del reino de Persia y Media, que formaban parte del consejo real y ocupaban los primeros puestos en el reino, y les preguntó:
15–¿Qué sanción hay que imponer a la reina Vasti por no haber obedecido la orden del rey Asuero, transmitida por los eunucos?
16Ante el rey y los grandes del reino respondió Memucán:
–La reina Vasti no sólo ha faltado al rey, sino a todos los gobernadores y a todos los súbditos que tiene el rey Asuero en las provincias. 17Porque cuando las mujeres se enteren de lo que ha hecho la reina, despreciarán a sus maridos. Dirán: El rey Asuero mandó que se presentara la reina Vasti, y ella no fue. 18Hoy mismo, las mujeres de los príncipes de Persia y Media que oigan lo de la reina, hablarán a sus maridos en el mismo tono y acabarán despreciándolos y riñendo. 19Si al rey le parece bien, publique un decreto real, que se incluirá en la legislación de Persia y Media con carácter irrevocable, prohibiendo que Vasti se presente al rey Asuero y otorgando el título de reina a otra mejor que ella. 20Cuando por todo el inmenso imperio del rey oigan el decreto real, todas las mujeres honrarán a sus maridos, nobles o plebeyos.
21El rey y los príncipes aprobaron la propuesta. El rey hizo lo que había sugerido Memucán: 22mandó cartas a todas las provincias del imperio, a cada una en su escritura y a cada pueblo en su lengua, ordenando que fuese el marido quien mandase en casa.
Ester, elegida reina
2 1Más adelante, cuando se le pasó la cólera, el rey se acordó de Vasti, de lo que había hecho y lo que él decretó con aquel motivo. 2Entonces le dijeron los cortesanos:
–Que le busquen al rey muchachas solteras y bellas. 3El rey puede nombrar delegados en todas las provincias del imperio para que reúnan a todas las muchachas en el harén de la fortaleza de Susa, bajo el mando de Hegeo, eunuco real guardián de las mujeres, que les dará cremas de belleza, 4y la muchacha que más le guste al rey sustituirá a la reina Vasti.
Al rey le agradó la propuesta, y fue lo que se hizo.
5En la fortaleza de Susa vivía un judío llamado Mardoqueo, hijo de Yaír, y descendiente de Semeí, y de Quis, benjaminita, 6que había sido deportado desde Jerusalén con Jeconías, rey de Judá, entre los cautivos que se llevó Nabucodonosor, rey de Babilonia. 7Mardoqueo había criado a Hadasá, es decir, Ester, prima suya, huérfana de padre y madre. La muchacha era muy guapa y atractiva, y al morir sus padres, Mardoqueo la adoptó por hija.
8Cuando se promulgó el decreto real, llevaron a muchas chicas a la fortaleza de Susa, bajo las órdenes de Hegeo, y llevaron también a Ester a palacio y se la encomendaron a Hegeo, guardián de las mujeres.
9A Hegeo le gustó la muchacha, y como le agradó le dio inmediatamente las cremas de belleza y los alimentos y le asignó siete esclavas, escogidas del palacio real; después la trasladó, con sus esclavas, a un apartamento mejor dentro del harén.
10Ester no dijo de qué raza ni de qué familia era, porque Mardoqueo se lo había prohibido.
11Mardoqueo paseaba diariamente ante el atrio del harén para enterarse de cómo iba Ester y cómo la trataban.
12Cada muchacha se preparaba durante doce meses, según el reglamento de las mujeres –es lo que duraba el tratamiento de belleza: seis meses a base de aceite de mirra y seis meses con diversos bálsamos y otras cremas femeninas–; 13después, cuando le llegaba el turno de presentarse ante el rey Asuero, le daban todo lo que quería llevar consigo del harén al palacio real. 14Entraba por la tarde, y a la mañana volvía a un segundo harén, a las órdenes de Sagsegaz, eunuco real guardián de las concubinas; ya no volvía a presentarse al rey, a no ser que el rey la desease y la llamase expresamente.
15Cuando a Ester, hija de Abijail, tío de Mardoqueo, su padre adoptivo, le llegó el turno de presentarse al rey, se contentó con lo que dijo Hegeo, eunuco real, guardián de las mujeres. Ester se ganaba a cuantos la veían. 16En el año séptimo del reinado de Asuero, el mes décimo, o sea, el mes de enero, llevaron a Ester al palacio real, al rey Asuero, 17y el rey la prefirió a las otras mujeres, y alcanzó su favor más que el resto de los israelitas, tanto que la coronó, nombrándola reina en vez de Vasti.
18Después ofreció un gran banquete, en honor de Ester, a todos sus generales y oficialidad, ordenó un día de descanso y repartió regalos con generosidad propia de un rey.
19Cuando Ester pasó al segundo harén, como las demás muchachas, 20no dijo de qué raza ni de qué familia era; se lo había encargado Mardoqueo, a quien obedecía igual que cuando vivía con él. Mardoqueo le había ordenado que temiese a Dios y cumpliese sus mandamientos como cuando vivía con él. Y Ester no cambió de conducta.
21Por entonces, Mardoqueo era funcionario de la corte. Bigtán y Teres, dos eunucos reales del cuerpo de centinelas, estaban descontentos y planeaban un atentado contra el rey Asuero. 22El plan llegó a oídos de Mardoqueo; se lo dijo a la reina Ester, y Ester habló al rey por encargo de Mardoqueo. 23Hecha una investigación, se descubrió la conjura. Los dos eunucos fueron ahorcados, y el suceso se consignó por escrito en los anales del reino, en presencia del rey.
Mardoqueo delata a los golpistas
11 12Mardoqueo vivía en la corte con Gabazá y Zarra, los dos eunucos reales centinelas, 13y oyendo sus conversaciones se enteró de sus planes, hasta averiguar que preparaban un atentado contra el rey Artajerjes. Mardoqueo informó al rey de todo. 14El rey interrogó a los dos eunucos; ellos confesaron y fueron ajusticiados. 15Entonces el rey mandó escribir este suceso en los anales, y Mardoqueo, por su cuenta, escribió una relación de todo aquello. 16El rey dio a Mardoqueo un cargo en la corte y lo recompensó con regalos. 17Pero Amán, el hijo de Hamdatá, de Agag, un personaje con mucho prestigio ante el rey, andaba buscando la manera de perjudicar a Mardoqueo y a su gente por el asunto de los dos eunucos del rey.
Amán y Mardoqueo
3 1Pasado algún tiempo, el rey Asuero ascendió a Amán, hijo de Hamdatá, de Agag. Le asignó un trono más alto que el de los ministros colegas suyos. 2Todos los funcionarios de palacio, según orden del rey, rendían homenaje a Amán doblando la rodilla, pero Mardoqueo no le rendía homenaje doblando la rodilla.
3Los funcionarios de palacio le preguntaron:
–¿Por qué desobedeces la orden del rey?
4Y como se lo decían día tras día sin que les hiciera caso, lo denunciaron a Amán, por ver si a Mardoqueo le valían sus excusas, porque les había dicho que él era judío.
5Amán comprobó que Mardoqueo no le rendía homenaje doblando la rodilla, y se enfureció. 6Pero no se contentó con castigar sólo a Mardoqueo. Como le habían dicho a qué raza pertenecía, pensó aniquilar con él a todos los judíos del imperio de Asuero.
7El año doce del reinado de Asuero, el mes primero, o sea, el mes de abril, se hizo ante Amán el sorteo, llamado pur, por días y por meses. La suerte cayó en el mes doce, o sea, el mes de marzo.
8Amán dijo al rey Asuero:
–En todas las provincias de tu reino, hay un pueblo aislado, diseminado entre todos los otros pueblos. Tienen leyes diferentes de los demás y no cumplen los decretos reales. Al rey no le conviene tolerarlos. 9Si a su majestad le parece bien, decrete su exterminio, y yo entregaré a los administradores trescientas toneladas de plata para el tesoro real.
10El rey se quitó el anillo del sello y se lo entregó a Amán, hijo de Hamdatá, descendiente de Agag, enemigo de los judíos, 11diciéndole:
–Haz con ellos lo que te parezca, y quédate con el dinero.
12Los secretarios del reino fueron convocados para el día trece del mes primero. Y tal como ordenó Amán, redactaron un documento destinado a los funcionarios reales, a los gobernadores de cada una de las provincias y a los jefes de cada pueblo, a cada provincia en su escritura y a cada pueblo en su lengua. Estaba escrito en nombre del rey Asuero y sellado con el sello real.
13A todas las provincias del imperio los correos llevaron cartas en las que se ordenaba exterminar, matar y aniquilar a todos los judíos, niños y viejos, chiquillos y mujeres, y saquear sus bienes el mismo día: el día trece del mes duodécimo, o sea, el mes de marzo.
14El texto de la carta, con fuerza de ley para todas y cada una de las provincias, se haría público a fin de que todos estuviesen preparados para aquel día.
15Obedeciendo al rey, los correos partieron veloces. El edicto fue promulgado en la fortaleza de Susa, y mientras el rey y Amán banqueteaban, toda Susa quedó conmocionada.
Edicto real en contra de los judíos
12 1Copia de la carta:
El emperador Artajerjes a los gobernadores de las ciento veintisiete provincias, desde la India hasta Etiopía, y a los jefes de distrito bajo sus órdenes:
2Jefe de muchas naciones y señor de toda la tierra, procuro no ensoberbecerme con la arrogancia que da el poder, sino gobernar siempre equitativa y benévolamente, para que mis súbditos disfruten siempre de una vida sin tormentas. Ofreciendo así una política humana, y dejando libertad dentro de nuestras fronteras, intento restablecer la paz tan deseada de todos.
3Al consultar a mis consejeros cómo se podría conseguir esto, Amán, que se distingue por su prudencia, hombre de una dedicación sin igual, de una fidelidad inquebrantable y probada y que por eso ha recibido el honor de ocupar el segundo lugar en el reino, 4nos ha informado de que entre todos los pueblos de la tierra hay un pueblo odioso, con un régimen jurídico opuesto al de todas las naciones, que desprecia continuamente las órdenes reales, hasta el punto de estorbar nuestra política irreprochable y recta.
5Por eso, considerando que este pueblo singular, enemigo de todos y completamente aparte por su legislación, enemigo de nuestros intereses, comete los peores crímenes, hasta el punto de amenazar la estabilidad de nuestro reinado,
6Ordenamos que el día catorce del mes duodécimo, el mes de marzo, del presente año todos los que se les indican en la carta de Amán, nuestro jefe de gobierno, que es como nuestro segundo padre, sean exterminados de raíz, con sus mujeres y niños, por la espada de sus enemigos, sin compasión ni miramiento alguno, 7para que, arrojados violentamente al sepulcro en un solo día estos enemigos de ayer y de hoy, nuestra política marche en el futuro con seguridad y orden perpetuos.
Tristeza de los judíos
4 1Cuando Mardoqueo supo lo que pasaba, se rasgó las vestiduras, se vistió un sayal, se echó ceniza y salió por la ciudad lanzando gritos de dolor:
–¡Desaparece un pueblo inocente!
2Y llegó hasta la puerta del palacio real, por la que nadie podía pasar vistiendo un sayal.
3De provincia en provincia, según se iba publicando el decreto real, todo era un gran duelo, ayuno, llanto y luto para los judíos; muchos se acostaron sobre ceniza vestidos de penitencia.
4Las esclavas y los eunucos de Ester fueron a decírselo, y la reina se llenó de angustia; mandó ropa a Mardoqueo para que se vistiera y se quitara el sayal, pero Mardoqueo no la aceptó. 5Entonces Ester llamó a Hatac, uno de los eunucos reales al servicio de la reina, y lo mandó a ver a Mardoqueo para informarse de lo que pasaba y por qué hacía aquello. 6Hatac fue a hablar con Mardoqueo, que estaba en la plaza, ante la puerta de palacio. 7Mardoqueo le comunicó lo que había pasado: le contó en detalle lo del dinero que Amán había prometido ingresar en el tesoro real a cambio del exterminio de los judíos; 8y le dio una copia del decreto que había sido promulgado en Susa ordenando el exterminio de los judíos, para que se la enseñara a Ester y le informara, que mandase a la reina presentarse al rey intercediendo en favor de los suyos.
Súplica de Mardoqueo a Ester
12 8Que le dijese:
9Acuérdate de cuando eras pequeña y yo te daba de comer. El virrey Amán ha pedido nuestra muerte. 10Invoca al Señor, habla al rey en favor nuestro, líbranos de la muerte.
Instrucciones de Ester a Mardoqueo
4 9Hatac transmitió a Ester la respuesta de Mardoqueo, 10y Ester le dio este recado para Mardoqueo:
11–Los funcionarios reales y la gente de las provincias del Imperio saben que, por decreto real, cualquier hombre o mujer que se presente al rey en el patio interior sin haber sido llamado es reo de muerte; a no ser que el rey, extendiendo su cetro de oro, le perdone la vida. En cuanto a mí, hace un mes que el rey no me ha llamado.
12Cuando Mardoqueo recibió la respuesta de Ester, 13ordenó que le contestaran:
–No creas que por estar en palacio vas a ser tú la única que quede con vida entre todos los judíos. ¡Ni mucho menos! 14Si ahora te niegas a hablar, la liberación y la ayuda les vendrán a los judíos de otra parte, pero tú y tu familia desaparecerán. ¡Quién sabe si no has subido al trono para una ocasión como ésta!
15Entonces Ester envió esta respuesta a Mardoqueo:
16–Vete a reunir a todos los judíos que viven en Susa; ayunen por mí. No coman ni beban durante tres días con sus noches. Yo y mis esclavas haremos lo mismo, y al acabar me presentaré ante el rey, incluso contra su orden. Si hay que morir, moriré.
17Mardoqueo se fue a cumplir las instrucciones de Ester.
Oración de Mardoqueo
13 1Y oró así, recordando todas las hazañas del Señor.
2–Señor, Señor, rey y dueño de todo, porque todo está bajo tu poder y no hay quien se oponga a tu voluntad de salvar a Israel. 3Tú creaste el cielo y la tierra y todas las maravillas que hay bajo el cielo, y eres Señor de todo; 4ni hay, Señor, quien se te pueda oponer. 5Tú lo sabes todo. Si yo me niego a postrarme ante ese soberbio Amán, tú sabes bien, Señor, que no lo hago por arrogancia, orgullo o vanidad; 6que por salvar a Israel, de buena gana le besaría yo la planta del pie. 7Si me he negado a hacerlo es porque para mí Dios está por encima de cualquier hombre. Yo no me postro ante nadie si no es ante ti, Señor mío; no lo hago por orgullo. 8Ahora, Señor, Dios rey, Dios de Abrahán, perdona a tu pueblo; porque traman nuestra muerte, han deseado aniquilar tu antigua herencia. 9No desprecies la porción que te rescataste del país de Egipto; 10escucha mi súplica, apiádate de tu herencia, cambia nuestro duelo en fiesta, para que vivamos celebrando tu nombre, Señor. No hagas enmudecer la boca de los que te alaban.
11Ante la muerte inminente, todos los israelitas gritaban a Dios con todas sus fuerzas.
Oración de Ester
12La reina Ester, temiendo el peligro inminente, acudió al Señor. 13Se despojó de sus ropas lujosas y se vistió de luto; en vez de perfumes refinados, se cubrió la cabeza de ceniza y basura, y se desfiguró por completo, cubriendo con sus cabellos revueltos aquel cuerpo que antes se complacía en adornar. 14Luego rezó así al Señor, Dios de Israel:
Señor mío, único rey nuestro.
Protégeme, que estoy sola
y no tengo otro defensor fuera de ti,
15porque yo misma
me he expuesto al peligro.
16Desde mi infancia oí,
en el seno de mi familia,
cómo tú, Señor, escogiste
a Israel entre las naciones,
a nuestros padres
entre todos sus antepasados
para ser tu herencia perpetua,
y les cumpliste
lo que habías prometido.
17Nosotros hemos pecado contra ti
dando culto a otros dioses;
18por eso nos entregaste a
nuestros enemigos.
¡Eres justo, Señor!
19Y no les basta
nuestro amargo cautiverio,
sino que se han comprometido
con sus ídolos,
20jurando invalidar el pacto
salido de tus labios,
haciendo desaparecer tu herencia
y enmudecer a los que te alaban,
extinguiendo tu altar
y la gloria de tu templo
21y abriendo los labios de los gentiles
para que den gloria a sus ídolos
y veneren eternamente
a un rey de carne.
22No entregues, Señor, tu cetro
a los que no son nada.
Que no se burlen de nuestra caída.
Vuelve contra ellos sus planes,
que sirva de escarmiento
el que empezó a atacarnos.
23Atiende, Señor,
muéstrate a nosotros
en la tribulación,
y dame valor, Señor,
rey de los dioses
y señor de poderosos.
24Pon en mi boca
un discurso acertado
cuando tenga que hablar al león;
haz que cambie
y aborrezca a nuestro enemigo,
para que perezca
con todos sus cómplices.
25A nosotros líbranos con tu mano,
y a mí, que no tengo otro auxilio
fuera de ti, protégeme tú, Señor,
que lo sabes todo,
26y sabes que odio
la gloria de los impíos,
que me horroriza
el lecho de los incircuncisos
y de cualquier extranjero.
27Tú conoces mi peligro.
Aborrezco este emblema
de grandeza
que llevo en mi frente
cuando aparezco en público.
Lo aborrezco
como un harapo inmundo,
y en privado no lo llevo.
28Tu sierva no ha comido
a la mesa de Amán,
ni estimado el banquete del rey,
ni bebido vino de libaciones.
29Desde el día de mi exaltación
hasta hoy,
tu sierva sólo se ha deleitado en ti,
Señor, Dios de Abrahán.
30¡Oh Dios poderoso sobre todos!
Escucha el clamor
de los desesperados,
líbranos de las manos
de los malhechores
y a mí quítame el miedo.
Ester y Asuero
14 1Al tercer día, al acabar la oración, Ester se quitó la ropa de suplicante y se vistió con todo lujo. 2Quedó esplendorosa. Luego, invocando al Dios y salvador que vela sobre todos, marchó con dos doncellas, 3apoyándose suavemente en una con delicada elegancia, 4mientras la otra la acompañaba llevando la cola del vestido. 5Ester iba encendida, radiante de hermosura, con el rostro alegre, como una enamorada, pero con el corazón angustiado.
6Atravesó todas las puertas, hasta quedar de pie ante el rey. Estaba sentado en su trono real, revestido de todos sus ornamentos majestuosos, de oro y piedras preciosas. El rey aparecía terrible. 7Levantó su rostro encendido de majestad y, en un arrebato de ira, lanzó una mirada. La reina palideció y se apoyó en el hombro de la doncella, desmayándose. 8Entonces Dios movió al rey a benevolencia; se inquietó, saltó de su trono y tomó a Ester en sus brazos, animándola con palabras tranquilizadoras mientras ella volvía en sí:
9–¿Qué pasa, Ester? Soy tu esposo. 10Ánimo, no morirás. Nuestra orden es sólo para nuestros súbditos. 11Acércate.
12Puso su cetro de oro sobre el cuello de Ester y la acarició, diciéndole:
–Háblame.
13Ester le dijo:
–Te vi, señor, como a un ángel de Dios, y me atemoricé ante tanto esplendor. 14Porque eres admirable, señor, y tu rostro fascina.
15Mientras hablaba, se desmayó. 16El rey se turbó, y todos los cortesanos intentaban reanimarla.
El rey y el virrey con Ester
5 1Al tercer día, Ester se puso sus vestidos de reina y llegó hasta el patio interior del palacio, frente al salón del trono. El rey estaba sentado en su trono real, en el salón, frente a la entrada. 2Cuando vio a la reina Ester, de pie en el patio, la miró complacido, extendió hacia ella el cetro de oro que tenía en la mano y Ester se acercó a tocar el extremo del cetro. 3El rey le preguntó:
–¿Qué te pasa, reina Ester? Pídemelo, y te daré hasta la mitad de mi reino.
4Ester dijo:
–Si le agrada al rey, venga hoy con Amán al banquete que he preparado en su honor.
5El rey dijo:
–Avisen inmediatamente a Amán, que acepte la invitación de Ester.
El rey y Amán fueron al banquete preparado por Ester.
6Y en medio de los brindis, el rey dijo a Ester:
–Pídeme lo que quieras y te lo doy. Aunque pidas la mitad de mi reino, la tendrás.
7Ester respondió:
–Mi petición y mi deseo es que 8si el rey quiere hacerme un favor, si quiere acceder a mi petición y cumplir mi deseo, venga con Amán al banquete que voy a prepararle mañana, y entonces le responderé.
9Amán salió aquel día alegre y de buen humor; pero cuando vio que Mardoqueo, a la puerta del palacio real, no se levantaba ni se apartaba, se llenó de furor contra Mardoqueo, 10pero se dominó. 11Al llegar a casa, llamó a sus amigos y a su mujer, Zares; les habló del esplendor de sus riquezas, de sus muchos hijos y de cómo el rey lo había engrandecido ascendiéndolo sobre sus funcionarios y ministros. 12Y añadió:
–Además, la reina Ester, a ese banquete que ha celebrado, no ha invitado más que al rey y a mí. Y también estoy invitado con el rey para mañana. 13Pero todo esto no me satisface mientras siga viendo al judío Mardoqueo sentado a la puerta de palacio.
14Su mujer, Zares, y sus amigos le dijeron:
–Que preparen una horca de veinticinco metros. Por la mañana le pides al rey que ahorquen allí a Mardoqueo, y luego te vas contento al banquete.
A Amán le gustó la propuesta, y mandó preparar la horca.
Honor para Mardoqueo
6 1Aquella noche el rey no lograba conciliar el sueño. Entonces mandó traer el libro de los anales o crónicas. Se los leyeron. 2Y allí se contaba cómo Mardoqueo había descubierto a Bigtán y Teres, los dos eunucos reales centinelas, que habían querido atentar contra el rey Asuero. 3El rey preguntó:
–¿Qué premio o recompensa se le dio a Mardoqueo por aquello?
Los cortesanos que asistían al rey respondieron:
–No se le dio nada.
4Entonces el rey preguntó:
–¿Quién está en el patio?
En aquel momento llegaba Amán al patio exterior de palacio para pedir al rey que ahorcasen a Mardoqueo en la horca que le había preparado.
5Los cortesanos respondieron:
–En el patio está Amán.
El rey dijo:
–Que entre.
6Cuando entró Amán, el rey le preguntó:
–¿Qué se puede hacer en favor de uno a quien el rey quiere honrar?
Amán pensó para sus adentros: Y, ¿a quién va a querer honrar el rey si no es a mí? 7Así que contestó:
–Que a esa persona a la que el rey quiere honrar 8le traigan las vestiduras reales que suele llevar el rey, el caballo en el que suele cabalgar el rey y una corona real. 9La ropa y el caballo se los entregarán a un dignatario real que pertenezca a la nobleza, que vista con esa ropa al hombre a quien el rey quiere honrar y lo pasee a caballo por la plaza de la ciudad, pregonando ante él: ¡Éste es el trato que se da a quien el rey quiere honrar!
10Entonces el rey dijo a Amán:
–Toma en seguida la ropa y el caballo que has dicho y haz eso con Mardoqueo, el judío funcionario de la corte. No omitas ni un detalle de lo que has dicho.
11Amán tomó la ropa y el caballo, vistió a Mardoqueo y lo paseó a caballo por la plaza de la ciudad, pregonando ante él:
–¡Éste es el trato que se da a quien el rey quiere honrar!
12Después, mientras Mardoqueo volvía a su puesto en palacio, Amán corría hacia su casa, triste y tapándose la cara. 13Contó a su mujer, Zares, y a todos sus amigos lo que había pasado. Zares y sus sabios le dijeron:
–Si Mardoqueo, ante quien has empezado a caer, es de raza judía, no podrás con él; caerás ante él hasta el fondo. No podrás defenderte de él porque el Dios vivo está con él.
14Estaban todavía hablando con él cuando llegaron los eunucos reales para llevarlo en seguida al banquete preparado por Ester.
Hundimiento de Amán
7 1El rey y Amán fueron al banquete con la reina Ester. 2Aquel segundo día el rey volvió a preguntar a Ester en medio de los brindis:
–Reina Ester, pídeme lo que quieras y te lo doy. Aunque me pidas la mitad de mi reino, la tendrás.
3La reina Ester respondió:
–Majestad, si quieres hacerme un favor, si te agrada, concédeme la vida –es mi petición– y la vida de mi pueblo –es mi deseo–. 4Porque mi pueblo y yo hemos sido vendidos para el exterminio, la matanza y la destrucción. Si nos hubieran vendido para ser esclavos o esclavas, me habría callado, ya que esa desgracia no supondría daño para el rey.
5El rey preguntó:
–¿Quién es? ¿Dónde está el que intenta hacer eso?
6Ester respondió:
–¡El adversario y enemigo es ese malvado, Amán!
Amán quedó aterrorizado ante el rey y la reina.
7Y el rey, en un arrebato de ira, se levantó del banquete y salió al jardín de palacio, mientras Amán se quedó para pedir por su vida a la reina Ester, porque comprendió que el rey ya había decidido su ruina.
8Cuando el rey volvió del jardín de palacio y entró en la sala del banquete, Amán estaba inclinado sobre el diván donde se recostaba Ester, y el rey exclamó:
–¿Y se atreve a violentar a la reina, ante mí, en mi palacio?
Nada más decir esto, taparon la cara a Amán, 9y Harbona, uno de los eunucos del servicio personal del rey, sugirió:
–Precisamente en casa de Amán han instalado una horca de veinticinco metros de alto; la ha preparado Amán para Mardoqueo, que salvó al rey con su denuncia.
El rey ordenó:
–¡Ahórquenlo allí!
10Ahorcaron a Amán en la horca que había levantado para Mardoqueo, y la cólera del rey se calmó.
Triunfo de los judíos
8 1Aquel día el rey Asuero entregó a la reina Ester la casa de Amán, el enemigo de los judíos; y Mardoqueo fue presentado al rey, que ya sabía por Ester el parentesco que tenía con la reina. 2El rey se quitó el anillo que había recuperado de Amán y se lo entregó a Mardoqueo. Ester confió a Mardoqueo la administración de la casa de Amán.
3Ester volvió a hablar al rey. Cayó a sus pies llorando y suplicándole que anulase los planes perversos que Amán de Agag había tramado contra los judíos.
4Cuando el rey extendió hacia Ester el cetro de oro, ella se levantó y quedó en pie ante el rey. 5Luego dijo:
–Si al rey le agrada y quiere hacerme un favor, si mi propuesta le parece bien y si está contento de mí, revoque por escrito la carta de Amán, hijo de Hamdatá, descendiente de Agag, que había mandado exterminar a los judíos en las provincias del imperio. 6Porque, ¿cómo podré ver la desgracia que se echa sobre mi pueblo, cómo podré ver la destrucción de mi familia?
7El rey Asuero dijo entonces a la reina Ester y al judío Mardoqueo:
–Ya ven que he dado a Ester la casa de Amán y a él lo han ahorcado por atentar contra los judíos. 8Ustedes escriban, en nombre del rey, lo que les parezca sobre los judíos y séllenlo con el sello real, porque los documentos escritos en nombre del rey y sellados con su sello son irrevocables.
9Entonces, el día veintitrés del mes tercero, o sea, el mes de junio, fueron convocados los secretarios del reino, y tal como ordenó Mardoqueo, se redactó un documento destinado a los judíos, autoridades, gobernadores y jefes de las provincias –ciento veintisiete provincias, desde la India hasta Etiopía–, a cada provincia en su escritura y a cada pueblo en su lengua; a los judíos, en su alfabeto y su lengua.
10Redactaron un documento en nombre del rey Asuero, lo sellaron con su sello y despacharon las cartas por correos montados en caballos velocísimos, pura sangre, de las caballerizas reales.
11En dicho documento el rey concedía a los judíos de todas y cada una de las ciudades el derecho a reunirse y defenderse, a exterminar, matar y aniquilar a cualquier gente armada de cualquier raza o provincia que los atacara, incluso a sus mujeres y niños, más el derecho a saquear sus bienes en todas las provincias del rey Asuero, 12el mismo día, el trece del mes duodécimo, o sea, el mes de marzo.
Edicto real a favor de los judíos
15 1Copia de la carta:
El emperador Artajerjes a los gobernadores de las ciento veintisiete provincias, desde la India hasta Etiopía, y a cuantos nos son leales, ¡salud!
2Considerando que muchos, cuantos más beneficios y más honra reciben de sus bienhechores más se ensoberbecen, 3y no sólo intentan maltratar a nuestros súbditos, sino que, no pudiendo dominar su propia arrogancia, conspiran contra sus mismos bienhechores, borran del corazón humano el sentimiento de gratitud y, 4más aún, ensoberbecidos con los aplausos de los malvados piensan escapar a la justicia del Dios que siempre lo ve todo y odia a los malos.
5Considerando que con frecuencia muchos constituidos en autoridad, influidos por los que creían amigos, a quienes confiaron la marcha de sus asuntos, se han visto envueltos en desgracias irreparables y convertidos en cómplices del asesinato de inocentes, porque la maldad de los amigos, 6a base de sofismas engañosos, prevaleció sobre la íntegra nobleza de sentimientos de los gobernantes. 7Basta con mirar no a las anécdotas que se nos cuentan de la antigüedad, sino delante de nuestros mismos ojos: ¡cuántas maldades no se han cometido por esa peste de gobernantes indignos! 8Por lo cual procuraremos que en el futuro todos tengan asegurada la tranquilidad y la paz en el reino, 9efectuando los cambios convenientes y dictaminando siempre con benevolencia y equidad los asuntos que se nos presenten.
10Resultando que Amán, de Hamdatá, macedonio –extranjero tenía que ser, no de nuestra sangre y nuestra hidalguía–, recibido por nosotros como amigo, 11experimentó el trato humano que damos a todos los pueblos, hasta el punto de haber sido proclamado nuestro padre y reverenciado por todos como virrey; 12pero no sabiendo mantenerse en su rango, ha intentado arrebatarnos el poder y la vida, porque con toda clase de engaños 13nos pidió la muerte de Mardoqueo, nuestro salvador y continuo bienhechor, y la de Ester, nuestra intachable compañera en el trono, junto con toda su raza. 14Con estas medidas, él pensaba dejarnos aislados y pasar el poder de manos de los persas a los macedonios.
15Resultando que no hemos comprobado que los judíos, condenados por este criminal al exterminio, sean malhechores; al contrario, se rigen por leyes justísimas 16y son hijos del Altísimo, del gran Dios vivo, que para bien nuestro y el de nuestros antecesores conserva el imperio con un orden excelente.
17Ordenamos que no sea obedecida la carta enviada por Amán, hijo de Hamdatá, 18porque su autor ha sido ahorcado junto a las puertas de Susa, con todos los de su casa. El Señor dominador de todo le ha dado enseguida el castigo que merecía.
19Expondrán en público copias de esta carta y permitirán a los judíos que sigan libremente sus leyes. 20Ayúdenles además a defenderse de quienes los ataquen, ese mismo día trece del mes duodécimo, mes de marzo. 21Porque ese día trágico para el pueblo elegido, el Dios dominador, universal, lo ha convertido en día de alegría.
22Por tanto, ustedes, judíos, celebren con toda solemnidad este día señalado entre sus fiestas solemnes, 23para que ahora y en el futuro sea un recuerdo de salvación para ustedes y los persas de buena voluntad y un recuerdo de destrucción para sus enemigos.
24Toda ciudad o región en general que no actúe conforme a la presente orden será devastada sin piedad a hierro y fuego. Ningún hombre pondrá el pie en ella, y hasta las fieras y las aves la detestarán.
El edicto llega a todas las provincias
8 13El texto del documento, con fuerza de ley en todas y cada una de las provincias, se haría público para que los judíos estuviesen preparados para vengarse de sus enemigos dicho día.
14A toda prisa, obedeciendo la orden del rey, los correos, montados en caballos velocísimos, pura sangre, de las caballerizas reales, partieron rápidos. El edicto se promulgó en la fortaleza de Susa.
15Mardoqueo salió de la presencia del rey con vestiduras regias color violeta y blanco, una gran corona de oro y un manto de lino color púrpura. En la ciudad de Susa resonaban gritos de alegría.
16Para los judíos fue un día luminoso y alegre, gozoso y triunfal. 17En cada provincia y ciudad adonde llegaba el decreto del rey los judíos se llenaban de inmensa alegría, y celebraban banquetes y fiestas. Y muchos gentiles se convirtieron, llenos de temor ante los judíos.
Venganza judía
9 1El día trece del mes duodécimo, o sea, el mes de marzo, cuando debía ejecutarse el decreto del rey, el día en que los enemigos de los judíos esperaban apoderarse de ellos, se produjo un cambio de situación, y fueron los judíos quienes se apoderaron de sus enemigos. 2Los judíos se concentraron en sus ciudades, en todas las provincias del rey Asuero, para atacar a los que habían intentado destruirlos. Nadie les opuso resistencia, porque el temor a los judíos se había apoderado de todos los pueblos. 3Los jefes de las provincias, las autoridades, los gobernadores y funcionarios reales apoyaron a los judíos por miedo a Mardoqueo, 4porque Mardoqueo tenía un alto cargo en palacio y su fama se extendía por todas las provincias: Mardoqueo iba aumentando su poder.
5Los judíos pasaron a cuchillo a sus enemigos, matándolos y exterminándolos; hicieron de ellos lo que quisieron. 6En la fortaleza de Susa exterminaron a quinientos hombres, 7y también a Parsandatá, Dalfón, Aspatá, 8Poratá, Adalía, Aridatá, 9Parmastá, Arisay, Ariday y Vaizatá, 10los diez hijos de Amán, de Hamdatá, enemigo de los judíos. Pero no obtuvieron botín.
11Cuando aquel mismo día comunicaron al rey el número de víctimas en la fortaleza de Susa, 12dijo a la reina Ester:
–Sólo en la fortaleza de Susa los judíos han exterminado a quinientos hombres y a los diez hijos de Amán. ¿Qué habrán hecho en las demás provincias del imperio? Pide lo que quieras, y te lo daré; si deseas algo más, se hará.
13Ester respondió:
–Si al rey le agrada, que los judíos de Susa puedan prorrogar hasta mañana el cumplimiento del decreto. Y que cuelguen a los diez hijos de Amán.
14El rey ordenó que se hiciese así: se prorrogó el decreto en Susa y colgaron a los diez hijos de Amán. 15Así, los judíos de Susa se concentraron también el día catorce del mes de marzo. Mataron a otros trescientos hombres, pero no recogieron ningún botín.
16Los demás judíos en las provincias del imperio se concentraron para defenderse, eliminando a sus enemigos; mataron a setenta y cinco mil adversarios, pero no tomaron botín.
Fiesta de Purim
17Eso fue el día trece del mes de marzo, y el día catorce descansaron, declarándolo día festivo. 18En cambio, los judíos de Susa se reunieron los días trece y catorce; el día quince descansaron, declarándolo día festivo. 19Por eso los judíos del campo, los que viven en los poblados, celebran como gran día festivo el catorce del mes de marzo, y se hacen regalos.
20Mardoqueo puso todo esto por escrito, y mandó cartas a todos los judíos de todas las provincias del rey Asuero, próximos y lejanos, 21encargándoles celebrar anualmente los días catorce y quince del mes de marzo, 22por ser los días en los cuales los judíos quedaron libres de sus enemigos y el mes en que se les cambió la tristeza en alegría y el luto en fiesta. Que los declararan días festivos, que se hicieran regalos y dieran también a los pobres.
23Los judíos, que ya habían empezado a hacerlo, aceptaron lo que les escribió Mardoqueo. 24Porque Amán, hijo de Hamdatá, descendiente de Agag, el enemigo de los judíos, había hecho el sorteo, llamado pur, para eliminarlos y destruirlos; 25pero cuando Ester se presentó al rey, el rey escribió un documento volviendo contra Amán el plan perverso que había tramado contra los judíos, y lo colgaron en la horca, a él y a sus hijos. 26Por eso, esos días se llaman purim, de la palabra pur.
Según el texto de aquella carta, y lo que habían presenciado o las noticias que les habían llegado, 27los judíos ratificaron y se comprometieron de forma irrevocable, ellos, sus descendientes y los prosélitos, a celebrar esos dos días anualmente, según aquel documento y en aquellas fechas. 28Esos días, recordados y celebrados de generación en generación, en cada familia y provincia y ciudad, esos días de purim no desaparecerán de entre los judíos, ni su recuerdo perecerá entre sus descendientes.
29La reina Ester, hija de Abijail, y el judío Mardoqueo escribieron urgiendo el cumplimiento de la segunda carta sobre los días de purim, 30y enviaron cartas a todos los judíos de las ciento veintisiete provincias del imperio de Asuero, saludándolos sinceramente 31y ratificando la celebración de esos días de purim tal como les habían ordenado el judío Mardoqueo y la reina Ester, y tal como se habían comprometido ellos mismos y sus descendientes, con algunas cláusulas sobre ayunos y lamentaciones.
32Así, el edicto de Ester fijó las normas para celebrar los días de purim, y quedó consignado por escrito.
Epílogo del texto hebreo
10 1El rey Asuero impuso un tributo a los habitantes del continente y de las islas. 2Para sus victorias militares y la narración detallada de la dignidad a que el rey elevó a Mardoqueo, véanse los anales del reino de Media y Persia: 3El judío Mardoqueo era el virrey de Asuero, el primero entre los judíos, querido de sus muchos compatriotas, 4preocupado por el bien de su pueblo, promotor de la paz para los suyos.
Interpretación del sueño de Mardoqueo
16 1Mardoqueo comentó:
–Esto viene de Dios. 2Yo recuerdo el sueño que tuve sobre esto, y no ha fallado un detalle: 3la fuentecilla que se convirtió en río, la luz, el sol, el agua abundante. Ester es el río: el rey la tomó por esposa y la hizo reina. 4Los dos dragones somos Amán y yo. 5Las naciones son las que se aliaron para borrar el nombre judío. 6Nuestra nación, los que gritaban a Dios y se salvaron, es Israel. El Señor salvó a su pueblo, el Señor nos sacó de todos estos males. Dios ha hecho signos y prodigios portentosos, como no ha hecho entre los gentiles. 7Por eso señaló dos destinos: uno para el pueblo de Dios y otro para los gentiles. 8Ambos se han cumplido en la hora, el momento y el día determinado en la presencia de Dios y ante todas las naciones. 9Dios se acordó de su pueblo e hizo justicia a su herencia. 10Por tanto, el pueblo del Señor celebrará siempre esos días del mes de marzo, el catorce y el quince, como fiesta religiosa, con una asamblea litúrgica y festejos.
Epílogo del texto griego
11El año cuarto del reinado de Tolomeo y Cleopatra, Dositeo, que decía ser sacerdote y levita, y su hijo Tolomeo trajeron la presente carta de los purim. Dijeron que era auténtica, traducida por Lisímaco, hijo de Tolomeo, de la comunidad de Jerusalén.